Una amistad vale más que mil amores
- revsafluenteescrit
- 14 feb
- 5 Min. de lectura

Por Agni Hazael Garduño Dávila
A quienes son amistades y amantes a la vez
Heme aquí, escribiendo un día antes de San Valentín, en medio de un apagón con un árbol caído afuera de donde vivo y con la luz de la lámpara de mi celar alumbrando una parte de la habitación absorbida por un silencio sepulcral. Cabe aclarar que este no es mi primer escrito, pero sí uno en el cual la experiencia personal se cruza con unas cuantas reflexiones de algunos temas. Esta primera entrada la quisiera dedicar a algo tan cotidiano como inadvertido, aunque, muchas veces estereotipado y edulcorado: la amistad.
¿Qué entendemos por amistad? ¿Cómo la vivimos y la transitamos? ¿Acaso la amistad puede permitirnos otras maneras de relacionarnos? Cuando leí una de las entrevistas que le hicieron a Michel Foucault en 1981 por parte de la revista Gai Pied me topé con una serie de reflexiones relacionadas con esta cuestión y con la propuesta de la homosexualidad como modo de vida. ¿Por qué Foucault lo menciona y cuál es su relación con la amistad? El pensador francés se cuestiona la manera en que la homosexualidad se ha pensado como una identidad fija con parámetros definidos que pretenden explicar la totalidad y las causas del comportamiento de aquellos a quienes se clasifica con esta palabra.

En lugar de eso, Foucault apuesta por vislumbrar en la homosexualidad un modo de vida que posibilita otro tipo de relaciones para estar juntos.
Si bien alguien podría objetar en este punto y apostar por las bondades del amor, resulta importante preguntarnos ¿qué tipo de amor nos han vendido en redes sociales, películas, libros y demás contenidos culturales? ¿Cuál es el amor que más se valida en nuestra sociedad actual? Una primera respuesta podría ser aquel amor concebido a partir de la heterosexualidad, destinado a la reproducción y la procreación, así como monógamo. Mientras toda experiencia que no sea exactamente esta última o que no cumpla con alguna de esas características será condenada a algo que simplemente no se denomina amor.
Pero, basta tantito del amor, me parece que este mundo se obsesiona bastante con esta palabra y con una manera concreta del amor que olvidamos por completo el amor transitado en la amistad y la amistad atravesada por el amor. Si Foucault hubiera conocido a Solange, personaje de la serie El Secreto del Río e interpretada por La Bruja de Texcoco, de seguro hubieran hecho match y al mismo tiempo se habrían negado a toda forma de amor convencional. Ese que nos dicta un esquema casi único plasmado en el modelo de pareja y consolidado mediante la institución del matrimonio. Para Foucault tanto amistad como homosexualidad permitían tejer alianzas inesperadas, camaradería sin fines de lucro, ternura inquietante e imprevista, un compañerismo que no obedecía a orden institucional fijo o a la optimización utilitaria de recursos fijos. Es decir, la amistad se abre como posibilidad y horizonte emancipador a toda atadura social.

Mientras que en palabras de nuestra querida Solange:
“La amistad es la mejor chingadera que existe, el mejor invento del mundo, no sé por qué nos la pasamos hablando mucho de amor y poquito de la amistad. La amistad es más libre, tiene menos reglas y muchas veces es lo único que nos hace sentir que no estamos solos”(Contreras, 2024).
Tanto la libertad como la transgresión a cualquier norma o pauta son rasgos que pueden caracterizar la amistad y que la institución no logra aprensar. Para Foucault eso es lo que sobresalta de la homosexualidad, no tanto el hecho de que dos personas del mismo sexo se deseen, sino la potencialidad que abre esta relacionalidad reflejada en una experiencia cruzada por el placer, el afecto, el cuidado y por códigos no inscritos en la reproducción sexual o el amor eterno. La homosexualidad que deriva en amistad no está bajo el dictamen de una institución particular del Estado, aún no existe un Ministerio o una Secretaría de la Amistad, ni definida por códigos tan específicos en otras relaciones como el matrimonio o el amor romántico. La amistad no posee reglas tan delimitadas ni ultimátum.
Por otro lado, El Secreto del Río nos recuerda que la relación entre Eric y Manuel-Sicarú no radica en el posible encuentro sexual destinado a consolidar el mito de la pareja como último emblema del amor. Sino, en una amistad que prevalece ante un contexto de violencia y discriminación que va envolviendo a sus protagonistas en desencuentros, confusiones y desorientaciones sobre sus mismos prejuicios y convicciones. ¿Acaso esto no es parte de la amistad misma? Una relación que también nos confronta con el sabor amargo de la decepción y la ruptura de la idealización sobre el otro. Pero, es esto último lo que nos hace humanos, simplemente mortales, y ello nos quita el peso tan grande de todas las expectativas sociales o imperativos que pretenden entender a la amistad de maneras tan rígidas y monolíticas.
Actualmente, en una sociedad que enfatiza el individualismo, la competitividad, la productividad y la valoración de los vínculos sociales en términos de redituabilidad ¿qué lugar ocupa la amistad? En medio de las aplicaciones para citas que pretenden llenar la soledad con la magia del algoritmo y del encuentro fugaz, ¿qué tipo de relaciones podemos inventar?
Para mi la amistad es una forma de alianza, un lazo social que nos conecta desde múltiples intimidades compartidas, un afecto colorido que no conoce de blancos o negros absolutos, una torcedura molecular del espacio-tiempo en nuestra cotidianeidad que nos traslada, aunque sea momentáneamente, a mundos alternos en relación con alguien o algunas más.
Incluso me atrevería a afirmar que esas amistades se desenvuelven como amantes. A su lado desarrollamos un lenguaje particular, la referencia a una broma que nadie más podrá comprender del todo, una escucha atenta de esa canción que nos invoca de maneras tan peculiares como místicas, una atención dispuesta a captar cada uno de los diálogos de las escenas de aquella película que tanto nos significa. Las amistades y a la vez amantes arrojadas al vacío del mundo, al sinsentido de la vida o condenadas a sufrir innumerables amarguras. Camaradas de la desgracia y la fortuna, no necesitadas de algún código social tan específico como puede ser el matrimonio o el amor romántico de pareja, pues nos hacen inventarnos todo un lenguaje de la A a la Z, incluso al grado de alterar las letras o el significado que siempre trata de colmar ese vacío que en ocasiones se denomina ausencia.
Personalmente, esas amistades-amantes me hablan en muchas lenguas, tan diversas y extensas como su complejidad asombrosa. Durante los últimos meses percibí sus amores expresados de maneras poliformes, siempre cambiantes y nunca definidos totalmente. No pretendo buscar un nombre, tampoco una categoría, ni una clasificación para la multitud de afectos provocados, sonrisas y lágrimas cómplices. La amistad como un cuidado de sí y del otro se vuelve, tal vez, en una tecnología del yo que puede valer la pena resistir en sus múltiples modulaciones y efectos de poder que a la vez se despliegan como potencia colectiva en relación con otro. Una chingadera valiosa y distinta a los mil amores condenados a la norma y a los cánones asfixiantes de un libreto que se nos exige interpretar sin posibilidad de improvisar.
Referencias
Contreras, E. (Dirección). (2024). El Secreto del Río [Película].
Foucault, M. (2016). De la amistad como modo de vida. En M. Foucault, Sexualidad y política. Escritos y entrevistas 1978-1984 (págs. 87-95). Buenos Aires: El Cuenco de Plata.
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