Un lunes antes de que todo acabe
- Revista Afluente
- 15 may 2021
- 3 Min. de lectura
¿Existe acaso un día más desalentador que el domingo? Creía que no, hasta que llegó el pasado lunes 3 de marzo del 2021. Esa noche, la primera de la semana, decidí acostarme y ver algo en la televisión para olvidarme un rato de lo feo que está afuera. Fracasé en el momento en que un noticiero me bombardeó con eventos que, rápidamente, irrumpieron en mi casa, en mi mente y en mi sueño. Lo de la estación Olivos; lo de Colombia; un dígito más a las muertes por el virus; otro inocente en una celda y un canalla en Las Vegas; el planeta está más caliente que ayer; hubo otro feminicidio y otro ataque a Palestina...En fin, la realidad es así, cruda (y cae más pesada los lunes).

Hay mucho de qué hablar, por eso, en un intento de comprender un poco este mundo patas arriba, en esta columna abordaremos sucesos de aquí y de allá, de ayer y de hoy. Por supuesto, intentaré dotar estas líneas con por lo menos un poco de originalidad, para que, cuando alguien invierta su tiempo leyendo mis ideas, tenga ganas de regresar y verter las suyas, que son siempre bienvenidas. Será también mi modo de no volverme loco y de no morirme de coraje, o por lo menos no solo.
Son tiempos difíciles para vivir en América Latina, tiempos en los que resistir es sinónimo de vivir y hacerlo se ha vuelto costumbre. Cada quien lidia con sus problemas, cada quien enfrenta la muerte de diferente manera; en algunos países te matan por defender la tierra, en algunos mata la negligencia, en otros la delincuencia, en otros más el policía que obedece al gobierno, pero en todos te mata el hambre (y el maldito virus). Hoy, en cada pueblo de cada nación se respira peligro y se exhala miedo, pero los más sofocados estamos acá “abajo”, al sur de la línea ecuatorial, la cual a veces es un referente geográfico y otras tantas es una condena perpetua. Son tiempos difíciles para vivir en el sur, acá donde el “desarrollo” de los de arriba, nos mata a los de abajo.

Hay, sin duda, un malestar colectivo, un dolor común y luchas para compartir. Sin embargo, pocas veces nos damos cuenta de que, en realidad, la mayoría de las “desgracias” que ocurren en el mundo tienen las mismos orígenes causales; ya sean el capitalismo, el Estado, la injerencia de los imperios modernos, los varios sistemas patriarcales, el clasismo, el racismo, las dictaduras, o, peor aún, todas estas cosas juntas (si no creen que sea posible volteen a ver a Colombia y a Birmania). Son tiempos complejos, en los que lo simbólico es ahora material.
Ante tantas situaciones de crisis múltiples e interconectadas que afectan sobre todo a la gente de América Latina, África, Asia y algunos cuantos del Oriente Medio, necesitamos hablar de manera clara, contundente, crítica y veraz sobre los temas que enmarcan nuestra “realidad”. Sobre todo, porque la realidad en que vivimos supera, por mucho, a la fantasía. ¿A qué me refiero a ser crítico? No a decir que todo está perdido (porque soy genuinamente optimista), ni a echar culpas (aunque hay quienes la tienen); sino más bien a proponer, a crear desde lo común, a deconstruir, a escuchar para aprender y, sobretodo, a pensar desde paradigmas otros para crear realidades otras. Ser crítico es pensar que otro mundo es posible.

Pero hay más: no basta con ser críticos, es necesario politizarse. ¡No podemos mantenernos neutrales ni pasivxs en el auténtico fin del mundo! Porque lo personal es político (y viceversa), aquí se tocarán temas desde la izquierda, la auténtica, la que ve hacia abajo, no la que ve hacia arriba para agradar a la derecha. La izquierda, esa que construye ideas autónomas, de resistencia y que inspira auténticas revoluciones, en las calles, en las selvas, en lxs cuerpxs y en las mentes. Aquí trataré de hacer eso, hablar desde y para abajo a la izquierda (y eso podría hacerlo cualquier día de la sagrada semana, menos los lunes, porque no hay día que me guste menos).
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