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Temporada electoral

  • Revista Afluente
  • 8 may 2021
  • 2 Min. de lectura

“Más cabrón que bonito”, dice el letrero de un candidato del PES pegado en calzada Legaría. Lo leo mientras espero al microbús que me llevará a la estación del metro Tacuba. La vieja calzada Legaría, inmortalizada por Chava Flores en sus versos: “Adiós mi linda Tacuba bella tierra tan risueña, ya me voy de tu Legaría, tu Marina y tu Pensil…”.

Finalmente, al ritmo de cumbias, llega el pesero. Ya no cobran un peso, pero el nombre se mantiene. “Qué bellos son tus celos de hombre”, suena desde una desgastada bocina mientras intento abordar al transporte que se arranca en cuanto pongo un pie dentro. En la unidad somos seis personas contando al chofer.


El trayecto es tranquilo, hasta que en una esquina el chofer frena como sólo los choferes de la Ciudad de México lo saben hacer. Dos tipos mal encarados se suben, los pasajeros nos quedamos a la espera del ya clásico “cámara, ya se la saben”. Los sujetos revisan la unidad y hacen una seña hacia afuera. La tensión es rota por una mujer que aborda gritando: “¡Hola, vecinos! ¡Soy su candidata a diputada local!”


La candidata plática con los pasajeros, las conversaciones son de lo más incómodas. Nadie quiere charlar, sólo quieren que se baje y nos deje en paz. La aspirante se acerca con palabras que la hagan parecer de “barrio”, frases que en ella suenan ridículas. Reparte gorras, playeras y volantes que más tarde terminaran en la basura.

La Ciudad de México en jornada electoral es un tormento. Hay propaganda en cualquier parte: autos, casas, árboles, postes de luz, semáforos. Lonas colgadas en todas las colonias con las caras de los candidatos: “En esta casa estamos con…”. Incluso hay casas que lucen lonas de candidatos de partidos distintos.


Durante las campañas electorales, el temor de los capitalinos no es ser asaltados, es encontrarse con algún político. Ser fotografiados con un candidato sorprendido con la vida de los habitantes de esta ciudad –y de las de todo el país-, esa cotidianidad que buscan emular de una forma ridícula para ganarse la confianza de la gente. Ven la vida de los electores tan ajena que les parece algo sorprendente. ¡Candidato, bienvenido a la realidad!


Se suben al metro, viajan en camión, comen en la calle, se meten a los barrios, estrechan manos, cargan bebés, besan ancianas. Todo esto siempre y cuando haya una cámara en frente. Ya en gobierno ni se acuerdan. Ya en su oficina las denuncias de los ciudadanos las toman como una ofensa e incluso los agreden tachándolos de delincuentes, como el caso del gobernador Silvano Aureoles. Pero en campaña todo es apariencia.

La propaganda de los candidatos es similar. No hay una estrategia distinta. Hasta sus fotografías son iguales: la camisa blanca, la sonrisa falsa y las poses ridículas con el pulgar arriba. ¿La comunicación política en México no evoluciona o estamos esperando que los gringos hagan algo para intentar copiarlo mal?


El domingo seis de junio son las elecciones, la fiesta de la democracia. ¿Qué sigue después? El choque con la realidad, una realidad que va más allá de las campañas, de sus promesas vacías y sus slogans publicitarios. Porque después de las elecciones el país seguirá siendo el mismo.


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