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Sombras nada más

“Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores. Otra vez a brindar con extraños y a llorar por los mismos dolores”

-José Alfredo Jiménez

Por Jorge Grana


Fuente: El Universo


Un mundo raro. Garibaldi es el lugar propicio para ejecutar el arte del regateo. Llegar a un acuerdo con los mariachis posee la importancia de firmar un tratado de paz entre dos naciones en guerra. Mariachis y borrachos llegan a un acuerdo, suenan los primeros acordes de una borrachera que se extenderá hasta que el cuerpo aguante.


Canta y no llores. Los mariachis de Garibaldi cobran según el cliente. A un gringo le pueden sacar cien dólares por un Cielito lindo. Con los locales varía según se vean y cuántos mariachis sean. Ya con unos tragos dentro, la cartera se abre y deja escapar dinero según la pena que se venga a pagar.


De mí te has olvidado. El mayor problema al que se enfrenta un borracho en Garibaldi es escoger una canción. El catálogo de variedades es amplio, como amplias son las posibilidades de olvidar clásicos de la música vernácula. Es un pecado ir a Garibaldi sin escuchar las canciones de José Alfredo, Juan Gabriel, Javier Solís o Vicente Fernández.


Túpele con ganas. Las primeras notas que salen de la trompeta del mariachi son la introducción al canto, al choque de copas y los golpes en la mesa. Y no se me quiebre que me quiebro con usted, el mariachi colabora con tu humor o con tu tristeza. Después de varias canciones la garganta exige un trago de tequila.


Tómate esta botella conmigo. El acompañante natural del mariachi es el tequila. El primero raspa sabroso, el segundo todavía pesa, pero el tercero y los consecutivos caen como el agua. Las penas con tequila son menos y si no se superan, mínimo se nos olvidan. El tequila es el pegamento de los corazones rotos.


Estás que te vas y te vas y no te has ido. Una vez que se combinan el mariachi y el tequila es difícil parar. El último y nos vamos se convierte en un mantra, la excusa perfecta para continuar cantando y tomando. La única razón que separa al borracho del mariachi es la falta de dinero. La noche termina con el último billete.


Sombras nada más. Después de una tarde entre tragos y mariachi llega la noche que viste de oscuridad a la plaza. La lluvia hace que la gente se disperse en búsqueda de un refugio. Los portales del mercado de San Camilito fungen como protección contra la tormenta. En la penumbra sólo se ven sombras, figuras que se saludan con esa palabra que une a borrachos desconocidos en la parranda: ¡salud!


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