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¿Te acuerdas?

No recuerdo haberte olvidado

Leonard Shelby en “Memento” (2000)


Imagina a dos personas que se dicen “te amo”, envueltas en la oscuridad de la noche. Están casadas y es su aniversario. Para celebrar deciden visitar el lugar donde se conocieron. Así pues, salen a la calle, detienen un taxi y fijan el rumbo hacia el Parque ZZZZZ. El conductor sonríe y les dirige una mirada de ternura diciendo “me hicieron recordar mis años de enamorado. Ahí conocí a mi esposa”. Los otros dos, sentados en el asiento trasero, le explican la coincidencia sorprendidos.


Pasa un rato antes de que suceda algo aún más insólito: el taxista parece no recordar la ruta. La pareja se extraña, y después de unos minutos preguntan si todo está bien. Obtienen como respuesta lo que ya habían notado, que ha pasado tanto tiempo desde la última vez que el hombre al volante fue al Parque ZZZZZ que ha olvidado qué calles seguir. Le dicen que no hay mayor problema y se ponen a pensar. “Era por la avenida NNN, ¿no?” “No, me parece que por la NNNN… después doblabas en el boulevard O0O0 y… olvídalo, no logro verlo con claridad”. Después de media hora se dan por vencidos. Los transeúntes tampoco saben cómo llegar. Y eso que casi todos recuerdan haber ido alguna vez a aquel parque.

Pasajes como el anterior son quizá impensables desde lo cotidiano. Sin embargo, numerosos autores de ciencia ficción incorporan en sus historias con regularidad la increíble variedad de posibilidades que ofrece la memoria. El fragmento anterior está totalmente inspirado en “Dark City” (1998), una película que nos permite imaginar una ciudad habitada por personas que pierden todos sus recuerdos (y obtienen nuevos) diariamente. Es decir, existe una fuerza oculta capaz de modificar una y otra vez el pasado de cada ciudadano. De decidir, por ejemplo, quién está casado con quién y desde cuándo. Incluso dónde se conocieron. Todo comienza a colapsar cuando un hombre se da cuenta de esto. Es él quien sube a un taxi y hace que el conductor se cuestione su realidad al preguntarle sobre el camino hacia Shell Beach, que es una playa supuestamente muy significativa para los habitantes de Dark City.

Algo parecido sucede en “Westworld” (2016-), una serie de HBO que retoma ideas de la película homónima, estrenada en 1973. A lo largo de los primeros capítulos observamos cómo un equipo de técnicos y científicos hacen realidad un nuevo nivel de entretenimiento. Se trata de una realidad virtual que emula un poblado llamado Westworld, donde cientos de turistas se pueden sumergir con el objetivo de vivir un día que se ajusta a sus deseos entre cowboys y paisajes desérticos.


Las “personas” que “habitan” Westworld son más bien actores pasivos, sólo fantasía: objetos reemplazables en caso de avería, viviendo el mismo día una y otra vez, aunque con ligeras modificaciones. Justo como en un videojuego. Tienen cuerpos en algún lugar, pero estos se encuentran inertes. Sus rasgos y personalidades están programados por una computadora, su misma existencia tiene como único propósito complacer a los visitantes, a los clientes. Cumplir su anhelo de experimentar en cuerpo propio el lejano Oeste. Y para hacer más real la experiencia, se les dota de “memoria”. Así son capaces de por ejemplo contar anécdotas que nunca sucedieron o sufrir por la demora de un amante cuya única sospecha de existencia es una carta de amor, redactada en realidad por algún empleado de la empresa encargada de darle vida a Westworld.


Ante este tipo de escenarios pueden surgir varias dudas. Por ejemplo, ¿qué formas de verificar la autenticidad de un recuerdo existen? ¿Hay algo que diferencie realmente a los habitantes de las dos localidades antes mencionadas? Si todos carecen de identidad y son manipulados completamente, ¿qué más da que los primeros sean carne y hueso mientras que los segundos constituyan esencialmente fragmentos de ciberespacio? ¿Qué porcentaje de una persona está determinado por su capacidad de recordar? ¿Cuántos logros le debe nuestra especie a no estar forzada a empezar todo desde cero continuamente?


Existen muchos más relatos que exploran diferentes facetas de los recuerdos, la memoria y el olvido. Nos hacen imaginar mundos paralelos a la vez que nos entretienen y asombran. Cerramos esta primera entrega de Avenida Neón con tres recomendaciones. Las dos primeras totalmente ligadas a la ciencia ficción y una tercera que no pude dejar pasar. Todas ellas inolvidables.

Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos” (2000) es una película totalmente nostálgica en la que Clementine Kruczynski (Kate Winslet) se ayuda de Lacuna, Inc. (otra empresa que juega con la memoria) para borrar de su mente todo lo que vivió con su expareja Joel Barish (Jim Carrey). Por fortuna o desgracia, el proceso no es totalmente efectivo. ¿Será que hay recuerdos tan profundos y arraigados que ni la tecnología puede difuminar?


“Arabesco inmóvil”, cuento de Mauricio-José Schwarz que es mejor no comentar demasiado, pues su mayor fortaleza es la súbita sorpresa que causa al lector. Trata de una bailarina y la gran popularidad que obtiene en internet gracias a la transmisión de las danzas que ejecuta aún después del accidente que le costó las piernas…


“Memento” (2000) explora una investigación exótica, ideada por un protagonista que padece amnesia pero no olvida la razón por la que busca venganza. Utilizará su propio cuerpo para aferrarse a su objetivo hasta estar convencido de haberlo logrado. Además Cristopher Nolan nos ofrece una exquisita desorientación temporal, pues la historia no se cuenta de inicio a fin. Sino que da saltos en el tiempo, a los que el espectador tendrá que acostumbrarse para hilar la tragedia.


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