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A propósito del mundo futuro

Por: Gustavo García.



Como los lectores quizá habrán advertido, el mes pasado no se publicó Avenida Neón. Las razones son varias. Sin embargo, la de más peso, y la única que me sigue contrariando, es la nota encontrada en ese entonces sobre el escritorio desde donde escribo. La reproduzco a continuación, con permiso del director de la revista.


COMUNICADO DE EMERGENCIA


A todos los transeúntes a quienes sea de interés la mencionada en este texto antes-calle:

Primeramente, buena tarde / diáfana intransmutable (para aquellos que… etc.). Se informa mediante la presente nota que la Asociación Estratosférica Intergaláctica Ominosa Universal (AEIOU por sus siglas en neo-español) decidió mediante votación unánime la completa renovación de la hace unos cuantos meses bautizada “Calle del Metalista”.


En virtud de lo anterior se hace de conocimiento público la tripartita retahíla de innovaciones a llevar a cabo a partir del día / diáfana regular (para aquellos que… etc.) 26 de okutuvure del año que transcurre, con motivo específico de ser este el mes / diáfana recursiva (para aquellos que… etc.) de los muertos, en que hace muchos muchos muchos años se acostumbraba celebrar el “Jalowín” (J por sus siglas en neo-español).

  • La vialidad pasará a conocerse como “Avenida Neón” a partir de la publicación de este documento y hasta que las autoridades correspondientes así lo dictaminen en el juicio que se llevará a cabo durante la Semana / Diáfana Inatlántica (para aquellos que… etc.) de Tránsito y Juicios (ϟЊѭԘ por sus siglas en El Idioma Ya Extinto (EIYE por sus siglas en neo-español))

  • A partir de ahora se conmemorará en el mes / diáfana recursiva (para aquellos que… etc.) de septiembre la festividad ya mencionada y para ello se “cerrará” la ahora-avenida y se servirá arroz con mole, como en los días antiguos.

  • Los vecinos (léase los seres vivos que habiten a menos de cinco años luz de la ahora-avenida) deberán ser partícipes de la celebración so pena de multa por 5 (CINCO) neo-pesos.

Sin más que agregar, se despide de ustedes el antes-comandante Virgilius Indomitus Senarê, fiel servidor del ahora-comandante Enrique Indomitus Senarê.


O bueno, no. Quizá (muy seguramente) las razones por las que no hubo columna en septiembre fueron otras y en realidad no se mencionarán en este texto. Sin embargo, imagine el lector por un momento que de veras hubiera encontrado una nota así al lado de mi computadora, con algún tipo de papel desconocido, como extraterrestre o del futuro, aún no inventado. Mi realidad habría colapsado.



¿Pero a qué nos referimos cuando decimos que la realidad de alguien colapsa? Philip K. Dick, maestro de maestros en cuanto a ciencia ficción se refiere, propone la siguiente definición de realidad: es aquello que no desaparece aún cuando dejas de creerlo. (“Reality is that which, when you stop believing in it, doesn't go away”)

En Tiempo desarticulado ¡(1959)!, Dick relata justamente cómo colapsa la realidad de Ragle Gumm, un hombre aparentemente ordinario que se gana la vida de una manera bastante peculiar: participando diariamente en un concurso de periódicos. Todos en su pequeño poblado han oído hablar de él: el hombre que gana a diario ¿Dónde estará mañana el hombrecito verde? Y eso lo hace sentir importante. Ragle Gumm disfruta la fama y el estatus que le da su talento detectando patrones, prediciendo las casillas premiadas.

No obstante, un buen día su sobrino encuentra un radio, cosa extraña pues nadie utiliza dicho artefacto desde la Guerra. Ante esto, Ragle empieza a interceptar mensajes que parecieran tenerlo a él como principal actor. Pero, ¿por qué justo él sería tan importante? ¿Qué interés podría tener alguien en vigilarlo? ¿Y por qué usar para sus reportes el radio?


Tras algunas pesquisas, Ragle constata qué tan incomunicada está su ciudad y nota que todo intento por encontrar respuesta a sus inquietudes se ve frustrado por un montón de gente. Entonces llega a pensar que todos en la ciudad conspiran en su contra. Y quizá sea justo eso lo que sucede.


Y es que la realidad no sólo colapsa. Existen bastantes obras en que un ente u organización modifica el entorno de los personajes para moldear en consecuencia su comportamiento y creencias. El ejemplo más popular dentro de la ciencia ficción de este específico tipo de distopía es, muy probablemente, 1984 (1949) de George Orwell. En él, es el gobierno quien mediante el “Hermano Mayor”, se esfuerza por controlar la sociedad. Cosa similar sucede en “Harrison Bergeron”, un cuento exquisito de Kurt Vonnegut.


En aquel imaginado 2081 donde transcurre la historia, varias enmiendas hechas a la Constitución transforman a absolutamente todos en iguales. Pero la igualdad alcanzada por esta sociedad es opresiva. En ella si uno es lindo, habrá que ponerle una máscara horripilante. Si uno es ágil, habrá que hacer que camine día y noche con pesados toneles. Si uno es inteligente, habrá que interrumpir sus pensamientos cada determinado tiempo con ruidos ensordecedores. De esa manera nadie destacará, nadie tendrá talentos, nadie podrá siquiera pensar en ello.


Vonnegut describe de forma desgarradora esencialmente dos intentos. El primero es por parte de los padres de Harrison Bergeron: tratan de ver la televisión. El segundo lo realiza Harrison mismo, y su objetivo es deshacerse de las cadenas impuestas por la Dirección General de Discapacitación de los Estados Unidos. Sobra decir que ambos son infructuosos y extremadamente interesantes de leer.


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