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ESTAMOS COMO EN UN ESPEJO

  • miguebeltran0
  • 3 nov 2021
  • 4 Min. de lectura

Por: Brenda Cristina Zuñiga Venegas



Querides lectores, el día de hoy no me limitaré a escribirles una reseña mediocre y simplona; al contrario, me dedicaré a contarles un suceso excepcional que aconteció hace poco.

Hace exactamente 43 días (teniendo en cuenta que estoy escribiendo esto el 31 de octubre de 2021) y por maquinaciones posiblemente divinas, conocí a un hombre muy peculiar cuyo nombre se puede construir, complementar y resignificar en: Emerilio, Amaerlius, Amaerylis: AMARYLLIS. Este personaje es realmente descomunal en todos los aspectos, y además, parece que hubiese aprehendido las Metamorfosis de Ovidio (entre muchos otros libros) y pudiera transfigurarse en cualquier cosa, palabra o emoción. Es, verdaderamente, un ente extraordinario.


En fin, Amaryllis me presentó a una conocida suya que casualmente se llama como yo: Cristina; una mujer bastante curiosa a la cual lamentablemente no pude estudiar a profundidad porque un rasgo de su comportamiento rebasaba a los demás: mostraba una fascinación y admiración circundantes por el hombre antes mencionado. Esta mujer me infectó con su debilidad y por consiguiente me distrajo y limitó las habilidades que, en otras circunstancias, me hubieran permitido leer su personalidad de una forma más integral y menos sesgada.


Les cuento lo anterior, querides lectores, porque para motivos de esta columna es necesario que sepan lo que acaeció después.


Luego de varios encuentros con ese par, por fin decidimos ver juntos la primer película de la llamada: “Trilogía de la ausencia de Dios” de Ingmar Bergman: Såsom i en spegel en sueco, cuya traducción sería: “Como en un espejo”; en español la conocemos como A través del espejo; y en inglés la llamaron: Through a Glass Darkly: una expresión anglosajona que no puedo darme el lujo de traducir, puesto que tiene cargas simbólicas bíblicas que sinceramente no podría explicar.


Como podrán darse cuenta, los nombres difieren entre sí, pero para fines de este relato me conviene utilizar la traducción directa al español del nombre original en sueco: Como en un espejo; porque eso es la película de Bergman: la sensación de estar “como en un espejo”.

Si retomamos las ideas de Gilles Deleuze en su propuesta sobre la “imagen-cristal”, ésta película permite cerrar un circuito entre dos realidades o condiciones distintas y juguetonas entre sí: la virtual o imaginaria y la real o actual. Y es así como los espejos pueden evitar que distingamos lo real de lo imaginario (que para fines de ésta película, lo imaginario podría entenderse como el acercamiento o búsqueda de la espiritualidad y la religiosidad).


Ésta posible puesta en duda se ve reflejada en toda la película; desde el momento en el que Bergman decide que su protagonista y eje central de la historia, sea una mujer joven esquizofrénica que acaba de salir de un hospital psiquiátrico, cuya cordura es tan dubitativa como las voces (¿divinas?) que escucha; hasta el hecho de haber sugerido que cuatro personajes muestren el desarrollo de sus carencias, dudas, crisis, entre otras cosas, durante su estancia en una casa de verano repleta de aguas reflejantes, ventanas transparentes y por supuesto, de espejos enigmáticos.

Lo que quiero decir es que estar Como en un espejo es el enfrentamiento inherente y casi imperceptible entre la realidad y lo imaginario.



Según lo dicho por Deleuze, y para verme más pretenciosa, podríamos clasificar esta película en el “régimen cristalino” de la imagen, pues es que aquí, a diferencia de en el “régimen orgánico”, los modos de existencia (virtual y real) no se oponen entre sí en tanto que las imágenes reales no se ven interrumpidas abruptamente por las imágenes que podrían representar la situación virtual como podrían ser las “imágenes-sueño” que, por ejemplo, son tan notorias en Fresas salvajes y que claramente rompen con la continuidad de la realidad actual y se diferencian estrictamente una de la otra; algo que no ocurre en A través del espejo.


Y es que además, en ésta película tan personal para Bergman, la dualidad y coalescencia de realidades, se ve también representada en los enfrentamientos entre opuestos: el padre mezquino frente a los hijos carentes; el esposo deseoso de erotismo y sexualidad frente a la esposa renuente; la idea del Dios amoroso frente al Dios repulsivo y maligno; etc.


Debo decirles que por estar tan distraída e inmersa en la atmósfera hechizante de Cristina y Amaryllis, éstas palabras que acabo de escribir no pudieron gestarse en mi cerebro y mucho menos salir de mi boca. Lo único que pude hacer fue escuchar, medianamente, lo que se dijo al finalizar la película: él, acérrimo estudioso de La Biblia, rescató detalles y referencias bíblicas que sólo alguien brillante y familiarizado con los temas hubiera podido notar; entre otras cosas mencionó la referencia a una carta a los Corintios (1 Corintios 13) porque, y cito textualmente: “en ese pasaje se alaba la virtud cristiana, que incluye el amor al prójimo, la caridad, etc.”; y sobra decir que si leen ese pasaje, podrán entender la importancia que tiene este escrito para la comprensión tanto del título como de la película en sí.


Y es aquí querides lectores, donde termina este cariñoso relato. Debo agradecer a Cristina y a Amaryllis por haber alimentado y enriquecido mi experiencia cinematográfica en muchos sentidos, porque ver una película acompañade puede ser muy fructífero y muy placentero.

Si alguna vez los encuentran deambulando por ahí, díganles de mi parte que son: “a todo dar” y que les quiero un montón; bueno, cien montones.


 
 
 

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