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¿Cuánto espacio necesitas?: la población dispersa en México

  • Revista Afluente
  • 16 mar 2021
  • 7 Min. de lectura

Abre Google Maps y acércate al Estado de Oaxaca, ¿ves un montón de puntitos? Cada puntito representa un poblado, en general uno rural, aunque también puede tratarse de pequeñas villas o ciudades. Ahora observa los límites territoriales de Oaxaca ¿extensos no? Oaxaca es grande, bastante grande en realidad y aun así vemos un montón de puntitos por toda su extensión territorial.


Ahora has zoom en alguna zona de Oaxaca ¿ves cómo esos puntitos se alejan unos de otros? Por supuesto, no se alejan todos de manera uniforme, algunos puntitos quedan muy cerca unos de otros y algunos más quedan más alejados entre sí.

En urbanismo, el hábitat humano se define como todos aquellos factores sociopolíticos y de infraestructura que hacen posible la supervivencia de una población humana de manera localizada. Esta definición no está necesariamente conectada con los términos de relieve, flora o fauna. Hay varias formas de hábitats humanos, el más familiar para nosotros es la ciudad: aquel hábitat que se caracteriza por un súper poblamiento así como una aglomeración de factores sociopolíticos y de infraestructura básica y altamente especializada para satisfacer precisamente las necesidades de la enorme cantidad de personas que la habitan. El ejemplo, claro está, es la Ciudad de México.


Pero hay otra forma, de hábitat que es predominante en México y que se ha tratado pobremente en las instituciones gubernamentales como un problema táctico: la población dispersa. En términos muy simples, se define como población dispersa a la forma del hábitat donde “la población (está) ubicada en localidades cuyo tamaño está por debajo de una cifra arbitraria” (González, 1968: 1). Dicha cifra es tradicionalmente definida por las agencias de estadística gubernamentales, pero para no hacer larga la lectura de esta columna vamos a quedarnos con la idea de que hablamos de la población casi completamente rural o indígena que vive en pequeñas localidades.

Volvamos a Oaxaca. Tenemos muchas localidades poblacionalmente pequeñas dispersas por la inmensidad de su territorio. La población dispersa es una forma de hábitat humano y por ello mismo determina la forma en la cual las personas interactuarán con su ambiente. En general, las personas que viven bajo este tipo de hábitat tienden a vivir de forma aislada.

No estoy aquí para decirte si está bien o mal vivir de esta forma, pero sí para advertirte que presenta más desventajas que ventajas. De los hábitats se obtienen recursos y esos recursos se aprovechan a partir de cinco ejes definidos a partir de Guha y Gadgil (1993: 52):


1. Aspectos de tecnología, como las fuentes de energía, los materiales utilizados y los conocimientos básicos en relación a la utilización de los recursos.

2. Aspectos de economía, como el alcance espacial de los flujos de recursos y los modos de adquisición de los mismos.

3. Aspectos de organización social, como el tamaño del grupo social, la división del trabajo y los mecanismos de control sobre el acceso a los recursos.

4. Aspectos de ideología, que incluyen concepciones generales de la relación entre el hombre y la naturaleza, así como prácticas específicas de fomento de la conservación de la naturaleza o de destrucción de la misma.

5. La naturaleza del impacto ecológico en sí mismo

Respondamos a de cada uno de los aspectos con base en el hábitat de población dispersa que impera en México. En primer lugar, la tecnología que se utiliza en las poblaciones rurales del país tiende a ser obsoleta y con materiales que ya son francamente ineficientes. Quizá un ejemplo muy burdo sería que mientras en alguna población de Sinaloa se utiliza maquinaria agrícola de los ochenta, en alguna población del mismo estado aún se trabaja la tierra con animales. Al estar dispersos, los cambios tecnológicos no se reflejan a la par en todas las zonas del hábitat.


En lo que concierne al segundo aspecto, la población dispersa sujeta forzosamente a la circulación de recursos dentro de la misma comunidad o de las comunidades cercanas (si es que hay). También los sistemas de adquisición de bienes son muy básicos o incluso rudimentarios, por ejemplo el trueque, que si bien no es malo (de hecho es el mejor ejemplo de autogestión comunitaria) a la larga limita la cantidad de ganancias que un productor puede obtener debido a la disponibilidad de capital intercambiable entre la población dado la extrema localización del asentamiento donde viva.

En el cuarto aspecto está el punto más importante y con el que deseo engancharte en esta columna: la ideología. Los pobladores de una pequeña localidad agrícola tienen un enorme sentido comunitario, de hecho, muchos de estos poblados se gobiernan por costumbres y tradiciones. Es decir, se perpetúa un sistema de ideas que ata culturalmente a una persona al habitus de su pequeño poblado. Aquí entra el famoso refrán: de aquí me sacan con los pies por delante. Un poblador de estos lugares no va a ceder tan fácilmente a abandonar su lugar de origen porque las razones culturales pesan y tiene un lazo sentimental con el lugar donde vive.


Finalmente, para el cuarto punto se puede hacer una valorización un tanto ambigua: puede ser que el impacto ecológico de un pequeño poblado sea el mínimo o alto dependiendo el nivel de eficacia de uso de los recursos debido a su tecnología. O en el peor de los casos, el impacto ecológico de un puñado de localidades puede ser alto tanto como una pequeña ciudad mexicana.

Como puedes ver hay muchas desventajas en tener una población dispersa, destaca que las vías de comunicación son escasas y difíciles de construir, sus habitantes están condenados a una visión un tanto limitada del mundo y sobre todo lentamente la poca existencia de recursos así como dificultades para administrarlos o aprovecharlos asfixia a los pobladores. También considero que el mayor reto de la población dispersa es el acceso a los servicios médicos básicos, ya ni siquiera hablemos de los de segundo o tercer nivel.

Es entonces cuando entran las ciencias sociales y particularmente la Ciencia Política mediante sus ramas de política urbana y política rural para resolver estos problemas y poder integrar poblacionalmente a toda la nación en cuestión, bajo una premisa básica: “los sistemas sociales naturales, los sistemas sociales humanos y los sistemas sociales artificiales [...] (deben integrar) una serie de conceptos entre los cuales están: ambiente, circularidad, conglomerado, elemento y equilibrio” (Sañudo, 2013: 221).

Hay algunas soluciones a la población dispersa que se han intentado instrumentar en América Latina. En Venezuela por ejemplo, con la llegada de Hugo Chávez, se construyeron dispensarios populares (porque tal parece que en Venezuela todo tiene que llevar la palabra popular para ser una política pública) que en realidad eran consultorios médicos con un galeno de planta aunado a la construcción de escuelas a la medida con la cantidad de niños que habitaban las poblaciones rurales. En Argentina se trabajó mucho la idea de los suburbios. En la nación albiceleste se trató de hacer a las afueras de las ciudades como una especie de ejidos urbanos a fin de tener una especie de agricultores y ganaderos desgarrados entre la urbanidad y la ruralidad. Desde mi perspectiva, estas no son soluciones para la región y mucho menos para México.


Considero que es imperante unificar pueblos que conviven en un mismo ambiente. Posteriormente se debe reubicar a los pobladores en pequeñas ciudades. Sí, ciudades; estas obviamente no serían del tamaño de la Ciudad de México o Guadalajara pero podrían ser de tamaño pequeño-medio como un Atlixco por ejemplo. Y digo ciudades, porque deben estar bien diseñadas arquitectónicamente con antelación para permitir la circularidad de las personas entre calle y calle, cuadra y cuadra, colonia y colonia y ciudad y ciudad.

Estas ciudades deben tener los elementos necesarios para dotar de un desarrollo humano digno; en cuanto a los elementos de salud ya no se debería limitar la visión a poner un doctor para todo un pueblo sino construir una UMF del IMSS para una pequeña ciudad que antes eran cinco pequeños pueblos dispersos. En lo que respecta a elementos educativos, las escuelas tendrían que ser más grandes y mejor construidas. Y en cuanto a los elementos comunitarios, la unificación permitiría acrecentar el debate político permitiendo a los pobladores explorar nuevas opciones políticas quizá incluso en mejores lugares como un centro comunitario y ya no bajo el rayo de sol en el zócalo de un pequeño pueblo. El equilibrio de las nuevas ciudades que propongo es viable si las cosas se realizan por la vía del diálogo.


No obstante, soy consciente que convencer a los pobladores para reubicarlos y posteriormente unificarlos con los pobladores de otros lados es un reto de índole cultural, aquí entrará forzosamente el politólogo y el sociólogo con sus capacidades de negociación política para cerrar acuerdos en pro del beneficio de la mayor cantidad de personas. Las cosas son posibles si hacen con buena fe desde el principio.

De hecho, considerando lo anterior, sería una excelente oportunidad para que el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) se ponga a trabajar por los pueblos indígenas en vez de estar discutiendo ¿qué editorial publicará el libro sobre el pueblo maya?, a la Comisión Nacional de Vivienda (CONAVI) para dejar de discutir si es mejor usar tabique o block en una pared, para que la Secretaría de Agricultura apoye de manera fuerte y ya no difusa a mejorar la calidad de vida de los agricultores, entre un montón más de instituciones que operan de forma aislada.


En conclusión, considero que la población dispersa es un tipo de hábitat humano aislacionista que en realidad se quedó en México como una simple tradición de vida, pero como las tradiciones siempre deben ser cuestionadas, creo que con los esfuerzos suficientes es posible mejorar la calidad de vida de las personas que habitan pequeños poblados de forma aislada hacia núcleos semiurbanos respetuosos con su identidad comunitaria pero beneficiándose al mismo tiempo de las ventajas de un mundo conectado y con mejores condiciones materiales.


Referencias

González, Carlos, “Atención médica a la población dispersa. Experiencia de Venezuela”, Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana, Vol. 64, Núm. 2, Caracas, 1968.

Guha, Ramachandra & Madhav Gadgil. "Los hábitats en la historia de la humanidad." Ayer Núm. 11, 1963.

Vélez, Luis Guillermo Sañudo. "La casa como territorio. Una nueva epistemología sobre el hábitat humano y su lugar doméstico." Iconofacto, Vol. 9, Núm. 12, Bogotá, 2013.




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