Curados de espanto
- Revista Afluente
- 20 mar 2021
- 4 Min. de lectura
“La muerte no nos asusta porque la vida nos ha curado de espanto”
-Octavio Paz
“Estuve trabajando en una funeraria”, esa fue la introducción para revelarme los misterios que envuelven al oficio de laborar con la muerte. Aquella confesión me desprendió muchas preguntas que fueron respondidas a su tiempo.
Gabriel Sánchez o Plasma, como le decimos sus amigos, es un joven normal al que le gusta tomar fotografías. Inició trabajando en los servicios funerarios por insistencia paterna de ingresar al negocio familiar.

Encontrar trabajo en nuestro país es difícil. La situación se agrava cuando eres joven. Lo normal para un estudiante es trabajar en un call center o en un establecimiento de comida rápida. Plasma tiene un empleo fuera de lo común. “Es dinero fácil y honrado”, responde.
Él va por los recién fallecidos a los hospitales y hace los trámites correspondientes ante el Registro Civil. Para Gabriel resulta más espantoso toparse con la burocracia gubernamental que entrar a reconocer cuerpos a los congeladores de los hospitales.
Su trabajo le gusta y la curiosidad lo ha llevado a ir más allá de su labor principal. Ayuda a embalsamar cuerpos suministrando sustancias que les permitan atrasar el proceso de descomposición. Además, maquilla y viste a los muertos con la ropa que se han de llevar a la eternidad.

A pesar de haber visto muchas cosas desagradables y dolorosas, habla de su trabajo con naturalidad, pero con el respeto que se le debe tener a ese oficio. Se le eriza la piel cuando habla de rostros que dejaran de serlo pronto.
Su voz suena diferente cuando narra la experiencia más dolorosa que ha atravesado en ese trabajo: el fallecimiento de su abuela. Contrario a lo que se creería de alguien que convive cotidianamente con la muerte, Plasma sigue siendo sensible. “La mente fría ayuda, pero es inevitable que los sentimientos salgan a la luz”.
El trabajo de Gabriel, como el de muchos otros, se ha tenido que adaptar a la situación por la que atraviesa el mundo. Está en contacto directo con cuerpos infectados. Se protege con googles, guantes de látex y arriba guantes de hule, traje especial y doble cubrebocas.

Fuente: Retokil
Revela que la situación es más compleja de lo que pensábamos. La funeraria donde labora se ha visto afectada por la escasez de ataúdes. Los distribuidores han sido superados por el número de muertes. “Veo más muertos de los que recojo”, narra Plasma.
Las autoridades han recomendado que para evitar la propagación del virus los muertos deben ser incinerados. Hay un problema, los hornos para el proceso de cremación se están descomponiendo por el exceso de demanda. Son muchos los muertos para tan pocos hornos.
Los trámites que hace Plasma han aumentado. Las sedes del Registro Civil están repletas, hay escasez de certificados médicos. Gabriel no tiene un horario fijo, con esta situación ha trabajado demasiado. “Me pueden hablar a las cinco de la mañana o a las seis de la tarde y yo debo tener disponibilidad de tiempo. Una vez duré cuatro días sin dormir”.

Los rituales con los que despedimos a nuestros seres queridos han cambiado. Los muertos por coronavirus no son velados. Sus cajas son envueltas en plástico. Pocos miembros de la familia tienen contacto con el cuerpo. Son incinerados rápidamente.
Plasma recuerda que antes del coronavirus hasta la muerte tenía un ligero toque de alegría. Familias enteras que caminaban con su difunto en hombros hasta al panteón. Caminatas acompañadas por pirotecnia y música de banda o mariachi. Incluso había quien le pedía a Gabriel fotografías con sus muertos.
Las pérdidas no eran tan dolorosas. A ese familiar enfermo se le acompañaba hasta el final. Pocos llantos, “al fin que todos vamos para allá y ahí nos volveremos a encontrar”. Ahora no hay despedidas, sólo incertidumbre. Alguien entra al hospital, pero no se sabe si ha de regresar.

La muerte en nuestro país es una obsesión. Cada región tiene rituales diferentes y de suma importancia. Como escribió Octavio Paz: “en un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte”. El coronavirus ha cambiado hasta la forma de morir.
Noviembre del año pasado, el mes de la muerte, no tuvo sabor ni olor. No porque nos hayamos contagiado, sino porque los panteones fueron cerrados. ¿Cuándo vimos un panteón cerrado en dos de noviembre? En mis veintiún años sobre la tierra no recuerdo ninguno. Ni siquiera los pudimos ver en su día.
- ¿Te da miedo tu trabajo? - Le pregunto a Plasma.
-Al inicio me daba escalofrío. No es un trabajo común para la gente, pero me acostumbré a convivir con la muerte.
Nuestro país es el país de la costumbre. Nos acostumbramos a las cifras elevadas de contagios. Nos acostumbramos al abandono del sector salud. Nos acostumbramos a la promesa de “viene el pico de la pandemia”. Nos acostumbramos a convivir con la muerte. Nos acostumbramos a escuchar “ayer se murió este, hoy aquel”. Nos acostumbramos a vivir una nueva normalidad que asemeja más a una nueva barbaridad.
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