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Bucareli

  • Revista Afluente
  • 17 abr 2021
  • 4 Min. de lectura

Estoy en el metro. El cubrebocas empaña mis gafas. Me lo quito para acomodarlo y evitar el martirio de nosotros los cuatro ojos durante la pandemia. Quitarme la mascarilla en un sitio de alto contagio hace que me sienta como el astronauta que se desprende de su casco en una zona sin oxígeno.


Desciendo en la estación Hidalgo entre alaridos, arrimones, silbatos de policías y el calor de los cuerpos pegados. Aquella es una escena más de la cotidianidad citadina musicalizada por mis audífonos. El canto de Robert Smith, vocalista de The Cure, es interrumpido por un señor cargado de bolsas que grita “¡cuidado, ahí va la que embaraza!”.

Chliango

A las afueras de la estación me refresca el viento matutino de la ciudad. La Alameda Central por la mañana luce tranquila. Frente al Foro José Martí los vendedores de comida se preparan para recibir a los primeros clientes del día. Debajo de la copia en azulejo de un mural de Diego Rivera el personal de limpia barre la banqueta mientras escuchan “Gavilán o paloma” de José José, el “príncipe” aún vive en los oídos de los capitalinos.


Camino sobre Dr. Mora. Es temprano, las cortinas de algunos negocios continúan abajo. Algo llama mi atención: el Trevis sigue cerrado. Imposible, a esta hora el lugar ya huele a café. Pregunto al señor que vende periódicos afuera, responde que el famoso café de las luces de neón rojas fue una víctima más de la pandemia y la gentrificación. Vendieron el edificio, con él al Trevis.


En Av. Juárez todo luce como hace un año, cuando no había pandemia y no existía el mantra “quédate en casa”. Las personas van por aquí y por allá, sólo que ahora lo hacen con un pedazo de tela que cubre la mitad de su rostro. Claro, no falta quien no se protege.

México Desconocido

Al llegar al cruce con Reforma veo el imponente edifico de la Lotería Nacional, el edificio El Moro. A un costado, está esa espantosa cosa amarilla que simula ser un caballo como melancólico recuerdo por el “caballito”, la estatua de Carlos IV diseñada por Manuel Tolsá que ahora reposa frente al MUNAL. El lugar de la vieja estatua lo ocupa una fuente que pocas veces he visto encendida.


Cerca de la esquina de Bucareli con Reforma observo unas enormes letras doradas que dicen “esquina de la información”. En la entrada de Bucareli se encuentran los edificios de El Universal y Excélsior. ¿Esos medios informan o recolectan chayote? No por nada al grito de “prensa vendida” rompemos sus ventanas cuando marchamos por Paseo de la Reforma. Siempre me ha llamado la atención la vieja imprenta que adorna la fachada del edifico de El Universal. Es un edificio nuevo en comparación con el de Excélsior, ese que tiene grabado en su frente “El periódico de la vida nacional”. El inmueble del Excélsior, al igual que el diario, vive del recuerdo de lo que alguna vez fue cuando por sus pasillos caminaban grandes periodistas como su ex director Julio Scherer.


Mi recorrido por Bucareli sigue hasta que me topo de frente con un letrero gigante que anuncia “Café La Habana”. “Aquí comieron el Che y Fidel. En esa mesa se sentaba Paz, en esta otra Monsiváis. A veces viene una gringa, la Patti Smith”, me contaba un mesero la última vez que vine hace más de un año. Ahora la cosa es distinta, a mi desayuno no lo acompañan las fotos de Cuba, sino el sonido de la ciudad. Por exigencias de las autoridades capitalinas, a los comensales nos asignan mesas a fuera. El servicio es pésimo, pero el café –oh, el café- es delicioso, perfecto para acompañar una buena charla.

México Desconocido

Pago y continúo con mi trayecto en búsqueda de no sé qué, quizá de alguna historia. Atravieso la valla que colocó la policía para que los manifestantes –en tiempos de Peña- no llegáramos a la Secretaría de Gobernación. Detrás de esas enormes puertas de hierro mi atención se centra en el famoso Reloj Chino, un enorme obsequio del país asiático a México por el centenario de nuestra Independencia. El reloj fue destruido durante la Revolución. Por aquí pasaron los zapatistas durante la toma de la Ciudad de México o al menos eso me contó un borracho a cambio de 10 pesos para su Tonayán, ese licor de caña que cuando se combina bien, sabe delicioso.


El Reloj Chino está en una glorieta, rodeado por vecindades llenas de historias de fantasmas o de personajes famosos. Vecindades viejas, pero preciosas a las que no puedo ingresar porque sus gigantescas puertas rojas están cerradas y porque no quiero incomodar a sus habitantes. Al viejo reloj también lo rodea la SEGOB, la oficina de Doña Olga, en donde debajo del escudo nacional se colocó una estructura con cruces que representa los feminicidios que han aumentado en nuestro país.

MX City

Me quedo debajo de un árbol recordando cuando un niño de la zona me tomó de la chaqueta advirtiéndome que no me soltaría hasta que le diera dinero. Su hermana se lo llevó y me quedé con una moneda en la mano. No supe nada de él, si era un vecino de la colonia, si vivía en la calle o en alguna vieja vecindad. No lo volví a ver, en una ciudad sobrepoblada los rostros que alguna vez se topan por la banqueta nunca más se vuelven a notar y si lo hacen no lo recuerdan.


Mis ojos apuntan hacia la calle Emilio donde, la entrada a una plaza que convierte a los viejos en jóvenes. Un lugar que transforma el tiempo en danzón, las horas en trajes de pachuco y los segundos en vestidos de colores. Pero esa ya es historia para otra crónica.


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