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De mortal a feminista: La deconstrucción

Una no nace siendo feminista. Una se hace cuando lee historia, cuando ve la situación de su país, cuando pierde a alguien, cuando escucha la historia de una amiga, cuando lo vive. Sin importar como nos criamos, la mayoría de las mujeres tenemos algo en común: la empatía. Y cuando vemos a la mujer que llora al encontrar a su hija en una fosa, cuando leemos los nombres en las paredes, o cuando vemos a nuestra amiga deshaciéndose en lágrimas mientras nos cuenta y nos pide que no la juzguemos, sentimos su dolor. Sentimos su rabia. Queremos que los culpables paguen, queremos hacer justicia por nuestra propia mano, porque sabemos que no lo merecían. Pero también pensamos, egoístamente, “ojalá nunca me pase”, “qué bueno que no me pasó a mí”.


Pero en un país donde matan a 11 mujeres al día, es muy poco probable que no nos pase. Afortunadas son las mujeres que no han sufrido ningún tipo de agresión o violencia. Afortunadas son las que tienen una familia cuerda, una pareja sana y unos amigos respetuosos. Pero esas mujeres son como una leyenda. Pregúntale a cualquiera. No existe mujer que no te diga, al menos, que la miraron de una forma que la incomodó demasiado en el metro. O que se le acercaron demasiado en el camión. O que le da miedo caminar de noche, la hayan seguido antes de o no.

Fuente: Facebook Socialdemencia


En un mundo donde nos educó el patriarcado, lo primero que te salta es decir “yo no formo parte de eso”, “a mi no me educaron los hombres”. Porque el feminismo te incomoda, te enoja. Hace que te molestes por nunca haberte dado cuenta de que el novio de tu amiga la estaba tratando mal. Te da rabia escuchar lo que ha vivido tu abuela. Sorprendentemente ahora tiene sentido que tu madre haya sido la única en no terminar sus estudios entre sus hermanos hombres por tener que ayudar en el hogar, te incomoda que sean las mujeres las que sirvan la comida y laven los platos en las reuniones familiares.

Pero va mucho más allá. De repente, las series te incomodan, al igual que las novelas de amor. Ves sumisión en todas partes, hasta en las películas que veías cuando eras niña. Y te das cuenta de que no hay muchas mujeres en la televisión, mexicana y extranjera, que te hayan representado como una heroína, o que simplemente estuvieran presentes. En las historias de los superhéroes, antes había una sola mujer, sino es que ninguna. “El malo” siempre era una mujer, que se movía por desamor, porque un hombre (“el bueno”) la había rechazado. Siempre burlándose de la forma de ser, tachándolas de neuróticas, locas, intensas. Pero siempre había un hombre para salvarla. Porque las mujeres sólo sabían amar y esperar a que alguien las quisiera.


Te das cuenta de que eso se transmite a la vida real. “¿Ya tienes novio?”, “¿Y tú cuando te casas?”, “Como vas a encontrar novio, si estás estudiando/trabajando todo el tiempo”, “Cásate con un güerito para mejorar la raza”, “Aprende a cocinar, ¿qué le vas a dar a tu marido?”.


Y no sólo eso, normalizamos el avergonzarnos, el arrastrarnos. “Si te jala el cabello es porque le gustas”, “Si te trata mal es porque está negando sus sentimientos, en el fondo te quiere”, “Dale tiempo y verás que se enamorará de ti”. Esperamos a que alguien nos quiera, y nuestra vida gira alrededor de eso. Y cuando finalmente lo “conseguimos”, tenemos que ser encantadoras, aguantadoras, divertidas y sumisas, apra que no nos deje. Porque las otras personas se pueden burlar de ti porque te dejaron. “Si te deja, ¿quién va a mantener a los niños?”, “A los hombres no les gusta que una mujer gane más que ellos”, “Si le cuentas a alguien te va a dejar”.


Porque las mujeres no sabemos hacer otra cosa. “¿Vas a estudiar eso? Es una carrera de hombres”, “Estudiar no sirve, mejor consíguete un trabajo”, “Si siempre estás ocupada, ¿quién va a cuidar a los niños?”, “Estudia algo de mujeres, algo relacionado con niños”, “Si quieres triunfar, tienes que acostarte con el director”.


Te enteras de que parte de tu educación es odiar a otras mujeres. Porque a todas, en algún momento, nos dijeron “no le hagas caso a esa niña, te tiene envidia”, o “te está bajando al novio”, incluso de tus propias amigas. Nos enseñaron a ver a las ex de nuestras parejas con odio, como amenaza. Nos enseñaron que las mujeres son nuestra competencia, que tenemos que pelear hasta por el amor de alguien. Odiamos porque les hacen más caso que a nosotras. Ofendemos, porque así nos enseñaron a pelear. La que enseña mucho del cuerpo es puta y no se respeta, pero también hay que hacerlo nosotras para llamar la atención, de nuevo de los hombres. Nos enseñaron que estamos locas.

El feminismo te hace cuestionarte porque las mujeres deben aguantar los golpes de un hombre pero si llega a ser al revés, la mujer está loca. Te hace cuestionarte porque está bien que las niñas “acosen” a sus crush, y porque tienen que tener relaciones cuando el hombre lo demande. Te hace cuestionarte porque le dijiste “puta” a la niña que creías les coqueteaba a varios hombres, o que ya inició su vida sexual.



Te cuestionas como las niñas pueden ser “vírgenes hasta el matrimonio” si los hombres podían ver mujeres encueradas desde los 11 años. Te preguntas porque las amantes son las únicas culpables de las infidelidades. Te preguntas porque el “amor propio” existe hasta que encuentran el amor romántico.


Entrar al feminismo significa no sólo estar consciente de todo esto, sino intentar eliminarlo en tu círculo. Significa aprender a dejar de ver a las mujeres como enemigas. Significa darse cuenta de que no pueden influir en los sentimientos de alguien, y que no es tu tarea impresionar para que se de quede contigo. Significa luchar por estudiar lo quieres aunque “sea una carrera de hombres”. Significa no aguantar por amor, que también te cuestionas. Significa defender a tu madre del padre que la ve como una empleada doméstica. Significa decir no.


En un país donde los hombres están en el poder, es difícil aprender que tú vales por lo que eres, y que nacer mujer no te hace menos. Aceptar que tu misión en la vida no es encontrar a un hombre que te ame. Y si te lastimaron, te abusaron o peor, es aún más difícil entender que no fue tu culpa. En un país donde los hombres nunca hacen nada malo es difícil entender que tú, o tu amiga, o la chica que encontraron descuartizada en una bolsa de basura no hicieron nada malo, porque es normal salir a la calle. Es difícil aceptar, para empezar, que te pasó algo. Es negarse a aceptarlo, normalizarlo. Es vivir con el miedo continuo a hablar porque te da miedo que te digan que fue tu culpa.


Es aceptar que no somos animales para que nos corten con cuchillos de carnicería, que no somos objetos sexuales ni sacos de boxeo para que los hombres se desahoguen. Que tenemos derechos y que valemos lo mismo que los hombres. Que tenemos a derecho a decidir si queremos ser madres o no, y que no merecemos ir a la cárcel si la biología nos traiciona y tenemos un aborto espontáneo. Que somos seres humanos y para nosotras también aplica la libertad de expresión, de prensa, de afiliación, de protesta.

La educación feminista es también aceptar a los otros. Trans, gays, lesbianas, bisexuales, pansexuales. Mujeres que no quieren ser madres y que se tatúan todo el cuerpo. Que usan playeras que sólo les tapen los pezones. Mujeres que decidan no ser madres. Porque no te deben nada. Ni a ti, ni a nadie. Y además, no te afecta. Tu vida no se va a caer a pedazos sólo por convivir con un hombre bisexual, o una mujer que decidió abortar. Porque no te hizo nada, y nunca lo hará.


En un país como México, es luchar contra la enseñanza de siempre juzgar a las personas. Es hacerte cargo de ti misma si estás embarazada, porque nadie tiene derecho a imponerte cuando ser madre, o cuando puedes empezar a hacerte cargo de tus acciones. Es dejar atrás todo lo que tenga que ver con la violencia que sufriste y luchar en nombre de la rabia que sentiste cuando escuchaste sobre la mujer que está en la cárcel por tener un aborto espontáneo. Es aceptar que en México, la poca educación sexual es un privilegio.

Es hacer oídos sordos a las críticas de la gente. Es recordar que Dios ama a sus hijos por sobre todas las cosas. Es estar en constante educación y encontrar tu forma de protesta. Es luchar por tu derecho a vivir.


La deconstrucción feminista es un proceso muy doloroso donde te cuestionas todo lo que está en tu vida. Donde nace el enojo y la rabia. Donde lloras a mares por lo que te pasó y lo que les pasó a las niñas y a las mujeres. Donde comprendes que los enemigos no existen y el amor tiene muchas formas. Donde todo se te cae a pedazos.


Pero también es un proceso de sanación, de construcción de un nuevo mundo donde puedas ser feliz, donde puedas ser libre. Donde el verdadero amor y el respeto te motivan. Donde perdonas, vives y dejas vivir. Donde le das libertad a cada persona para ser como quiere ser. Donde aceptas que lo que te sucedió no fue tu culpa, y te perdonas a ti misma. Hace que entiendas que no sabías y que hiciste todo lo que pudiste. Que eres inocente. Y que nunca más, tendrás que pasar por eso. Que puedes hablar, a tu tiempo y a tu manera. Que eres una guerrera. Que luchas. Porque comienzas a amarte, a armarte, a luchar, a educarte.

Porque el mero feminismo, la mera deconstrucción, es una revolución.

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